La Gran Hambruna de 1845 en Irlanda sesgó la vida de un millón de personas y obligó a otro millón a abandonar la isla. Aidan Duncan, por entonces casi un niño, fue uno de esos emigrantes.
Establecerse en Inglaterra, sin embargo, no le brindó una vida mejor y mucho menos un futuro, por una simple razón: seguía siendo un irlandés, es decir, un hombre de segunda destinado al sufrimiento, a trabajos inhumanos y al acecho permanente del hambre. Así creció. Pero, lejos de quebrarse, alimentó el fuego de su espíritu por naturaleza indomable. Y el alimento era un sueño de libertad.
La Gran Hambruna de 1845 en Irlanda sesgó la vida de un millón de personas y obligó a otro millón a abandonar la isla. Aidan Duncan, por entonces casi un niño, fue uno de esos emigrantes.
Establecerse en Inglaterra, sin embargo, no le brindó una vida mejor y mucho menos un futuro, por una simple razón: seguía siendo un irlandés, es decir, un hombre de segunda destinado al sufrimiento, a trabajos inhumanos y al acecho permanente del hambre. Así creció. Pero, lejos de quebrarse, alimentó el fuego de su espíritu por naturaleza indomable. Y el alimento era un sueño de libertad.
